Palabras de espiritualidad

Ofrécele al Señor lo que sientes y pídele que te sane

    • Foto: Stefan Cojocariu

      Foto: Stefan Cojocariu

El maligno somete al hombre haciéndole creer que puede luchar solo con las tentaciones, para después empujarle a la desesperanza, cuando éste descubre su impotencia y comienza a sentirse culpable.

Si te ataca la ofuscación de los malos deseos, deténla en el acto y ofrécesela al Señor cual ofrenda, y pídele que te sane. Descubrirás, entonces, que una cosa es la perturbación de los sentidos y otra el trabajo de la mente y la imaginación, y que tienes tiempo y fuerzas suficientes para distinguirles. No te puedes oponer a los sentidos, pero sí que puedes oponerte a las imágenes y pensamientos, si sabes dirigir tu mente hacia Dios. Te pido que compares esa turbación con un dolor, con una hiriente punzada y haz de ese sufrimiento la “sustancia”, la “carne” de tu oración. ¡Pide que tu herida sane, justo cuando te duele! No aceptes ningún pensamiento de aprobación o de juicio, sino que ofrécele al Señor lo que sientes, y pídele que te sane.

El maligno somete al hombre haciéndole creer que puede luchar solo con las tentaciones, para después empujarle a la desesperanza, cuando éste descubre su impotencia y comienza a sentirse culpable. Ciertamente, el hombre no es culpable de su propia impotencia ante las tentaciones, sean del cuerpo, del mundo o del mismo demonio, porque esa impotencia es una enfermedad provocada por la caída de los primeros hombres. O mejor dicho, es un don de Dios para que podamos conocernos y volver a Él.

Como decía, el hombre no es responsable por su debilidad, sino de lo que elija hacer en tal estado. San Máximo el Confesor dice: “Dos pecados cometieron nuestros primeros padres, al vulnerar el mandato divino: uno digno de castigo y otro que no puede ser castigado, teniendo como causa el primero, merecedor de condena. El primero es el resultado de la libre decisión de abandonar el bien, mientras que el segundo es de la naturaleza que abandonó, sin querer, debido a aquella libre decisión, la inmortalidad”. Sí, somos responsables de lo que hacemos con esa innata debilidad. ¿La aceptaremos como si fuera un asunto ontológico, resignándonos a acumular los placeres que matan el alma? ¿O se la ofreceremos al Señor para sanarnos, valorando y honrando Su Santo Sacrificio redentor?

¡Tú eliges!

Las oraciones nos son de provecho para establecer un vínculo vivo con el Señor, y así recibir Su fuerza en todo momento y lugar. Debemos aprender que aquel momento de tentación es precisamente el sitio al que viene el Médico y nos libra de aquel infierno, sanando las fuerzas de nuestra alma enferma.

De igual forma, es importante que indagues si alguno o algunos de tus antepasados cometió algún pecado grave en esta dirección, muriendo sin arrepentirse. Si así fuera, deberás orar por el perdón de sus almas, pero alejándote de ellos en el sentido de no serles “fiel” en aquel vicio, como sucede con muchos descendientes que ignoran esto y no recurren a la ayuda de la Iglesia. También te será de gran ayuda limpiar tu mente y tu alma confesándote, comulgando, orando y perdonando a quienes te han ofendido o te han guiado mal, o a esos que te hicieron caer en tentación cuando eras demasiado pequeño como para poder elegir correctamente.

(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Uimiri,rostiri, pecetluiri, Editura Doxologia, p. 73-75)