Palabras de espiritualidad

El cristiano vive la realidad manteniendo la mente dirigida a Dios

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

El cristiano conoce la realidad y la vive. Abraza todo lo que lee en el Evangelio y en los Santos Padres; lo vive, entra en detalles, profundiza en ellos, hace de ellos vida. Se convierte en un fino receptor de las buenas nuevas de Dios.

La puerta de mi celda en el Santo Monte Athos tenía una cerradura y una manija muy antiguas. Entonces, cuando alguien movía la manija para abrir la puerta, esta emitía un rechinido muy fuerte.  Cada vez que venía alguien, se oía un “craaaaac” muy fuerte. Me atrevería a decir que ese ruido era perceptible desde unos cien metros a la redonda. Para las personas que venían a visitarme, era imposible abrir la puerta sin hacer ruido. Y, aunque yo les explicaba cómo accionar la manija con suavidad para que no rechinara, la mayoría de ellas no lo conseguía.

Son cosas aparentemente simples, pero que tienen relación con nuestra vida entera. Mientras más nos acercamos a Dios, más atentos debemos estar, pero sin buscar esto en todas las cosas, sino solamente en las del alma. Estemos atentos a nuestra alma, y esto nos hará mucho más sabios, con el concurso de la Gracia Divina.

El cristiano no tiene que ser un indolente, no tiene que permitirse dormitar. A donde vaya, tiene que volar, tanto con su oración como con su mente. En verdad, el cristiano que ama a Dios puede volar con su mente. Tiene que volar hasta las estrellas, en misterio, a la eternidad, a Dios. ¡Tiene que ser un “astronauta”! Tiene que orar y sentir que se está deificando con la ayuda de la Gracia. Tiene que hacerse como una pluma y volar con su pensamiento. ¡Pero, atención, que no se trata de pensar fantasías! Cuando digo que tiene que “volar”, no estoy diciendo que llene su mente de ilusiones o figuraciones, sino de una realidad, no de algo inventado.

El cristiano no vive “en las nubes”, valiéndonos de la expresión popular para referirse al que no es capaz de ver la realidad que le rodea. El cristiano conoce la realidad y la vive. Abraza todo lo que lee en el Evangelio y en los Santos Padres; lo vive, entra en detalles, profundiza en ellos, hace de ellos vida. Se convierte en un fino receptor de las buenas nuevas de Dios.

(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 239-240)